MITO DE DÁNAE: De la unión de la última de las danáides y el último de los dánaos nació Acrisio, quien reinaba en Argos junto a su esposa Eurídice. Y tuvo este rey la suerte de concebir una hija de belleza envidiable a la que llamaron Dánae. Sin embargo, no era vista por su padre como una bendición, pues él deseaba legar su reino a un descendiente varón. La impaciencia por saber si algún día concebirían a un varón le llevó a consultar al oráculo, pero la respuesta a su tormento fue aún peor, pues le fue dicho que aunque jamás tendría heredero varón, sería asesinado por un varón de su propia sangre. Tras escuchar esta profecía, Acrisio decidió encerrar a su hija eternamente en una torre para que jamás fuera fecundada. Sin embargo, para el deseo de los dioses no existen gruesos muros de piedra ni sólidos barrotes de metal, y el deseo de Zeus por la joven y bella Dánae era muy intenso. Así pues, el dios se transformó en una fina lluvia dorada y se precipitó lentamente sobre el cuerpo desnudo de la joven. Las gotas de agua se deslizaron por su hermosa piel como dedos suaves, hasta llegar a lo más íntimo de su ser.
Pasaron los meses y finalmente todos se percataron de que Dánae estaba embarazada. Pero a Acrisio no le importaba dar explicación a aquello, sino saber si ese nieto sería varón o no, lo cual se confirmó el día del nacimiento del bebé, que fue llamado Perseo. El temor invadió a Acrisio, y por ello mandó construir un arca de madera en el que metió a su hija y a su nieto, para más tarde echar el arca al mar, con la terrible esperanza de que las rocas afiladas o las fuertes olas del mar pusieran fin a la profecía. Sin embargo, las aguas no estuvieron muy agitadas y la corriente les llevó a tierras lejanas, donde fueron rescatados por pescadores y pudieron iniciar una nueva vida.
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"Dánae", pintura de Carolus-Duran. |
Y así actuó el destino adivinado por el oráculo, de manera implacable.